domingo, 26 de enero de 2014

La chica con un agujero negro dentro.

"-No hay desesperanza en mi, sino la certeza de que lo posible y normal para casi todo el mundo es inalcanzable para mi." fue lo último que pensaba antes de dormir.

Vivía plácidamente descansando sobre la repisa de su lugar de trabajo. El escritorio estaba lleno, desparramado de dibujos al óleo y retratos a carboncillo. No muy lejos tenía la cama con su almohada perfectamente desordenada para no desentonar con el resto de la habitación.
La luz natural ya no era lo normal para ella, sino que se bronceaba con la lámpara ecológica que tenía en el cuarto de bajo consumo. Se podía haber quedado con ella encendida toda la noche, pero su mano no podía seguir el ritmo de su cabeza, por lo que le hacía soñar a veces con que dibujaba cuadros, todos los que tenía por acabar, pero al despertar comprobaba la cruda realidad de que todos seguían estando como los había dejado la noche anterior. Deseaba que el lápiz fuera mágico y que plasmara por sí solo las imágenes que tan fugazmente pueden pasar por tu cabeza cual una lluvia de estrellas.
Se te va la cabeza, se te va a veces, pero no te importa. Para ti la realidad es como un destello de luz que viene y se va, eclipsada por esa epilepsia que te aleja de la realidad y te lleva a otro mundo cual narcolepsia. Y no dejas de soñar cuando despiertas, pero cuando estás allá, me encantaría saber qué pasa por tu mente. Y encuentro quizás en ella una mujer inerte, tirada sin vida entre una laguna cristalina en medio de las enredaderas de la selva tropical. Se incorpora en cuerpo y alma, y se sumerge y sale tras no hacer otra cosa más que beber. Beber del manantial de sabiduría, y esperanza, porque van unidas más allá de lo que pueda provocar los excesos de una sin la otra.
Pero entonces despiertas, despertabas y piensas que no puedes más. Que tienes un gran vacío en tu vida que no sabes cómo llenar. Ni con comida, ni con amores de una noche de verano, ni con las drogas que te brinda la vida, ni con el agua pura del manantial.
Ella tiene un agüjero negro que cada día pide más y más, y ya no sabes qué darle, qué llenar. Peor que una tenia, solitaria, o a saber qué más. Y si tuvieras un parásito en la oreja quizás lo atiborrarías a base de musicalidad, pero no es tan sencillo cuando el vacío existencial llega más allá y cruza las fronteras entre el estómago y el diafragma.
Temes porque se le ocurra atacarte al corazón, y eso es lo que te provocan de verdad esos desmayos que temes que no se cumplan cuales deseos de verdad, de estrellas fugaces o de sueños que vienen y van para quedarse en forma de tedioso trabajo. Porque es lo único que te queda en realidad, y te satisface cada muy poco, cuando acabas lo que tenías que terminar. Pero siempre hay un mundo más allá por empezar, gente nueva e interesante, campos y tierras por descubrir, un mundo nuevo lleno de bondad por dejar de soñar con el que, quizás, con un poco de suerte si soñamos todos con fuerza, podamos llegarlo a alcanzar.
Que los pequeños actos de la naturaleza sean más la fortaleza de la nueva casa espiritual que es la madre tierra, y que aquellos pequeños parásitos que habitan y te invaden tu cuerpo en sociedad sean tan insignificantes que un día desaparezcan.

domingo, 12 de enero de 2014

En cueros

Ahí estaba yo, bravo al verdugo, valiente al atardecer. Ala triste, rota, y tocada... es todo lo que podía pasar por mi pequeña cabeza, pero sabía  a lo que me enfrentaba entre la arena.
No daba cabida a porqué estaba yo ahí, debía estar fuera, libre, corriendo a mis anchas, rodeado de verde, por prados y valles, no haciendo de ornamentación para nadie.
Tenía miedo, ¿qué esperaban? Que embistiera, eso es, que arremetiera contra todo. Y a cada vuelta, con cada giro brusco caía. Ruedo, el suelo naranja y yo cara abajo, babeo.
Ya nos habían contado esto, pero no pude creerlo, pensaba que nunca me venderían de esa forma, pero era mi día, hoy me tocaba a mi batirme en duelo contra aquel héroe vitoreado donde yo era el malo, un villano que nunca ha tenido voz cuando más de uno podría explicar mi situación y la de muchos otros. Es una verdadera injusticia. Yo tenía puestos los cuernos, y ya solo con eso no podía explicar nada más. Cómo me veía, me sentía apagado, no quería caer en la provocación y no hacía nada, estaba fuera. Y no fuera de control, ni fuera de mi, estaba tranquilo pese a todo lo que estaba por venir.
La única distracción era él, brillante y con un lúcido porte, amenazante, de verdad, más que yo. Se acercaba dando una vuelta.
Si bien nunca he tenido un color predilecto, podría asegurar que el fucsia no se encontraba de entre mis favoritos, prefería el verde de mis campos que recordaba en mis últimas horas de vida, porque lo sé, lo sabía que aquello no podía acabar bien. En todo duelo siempre tiene que haber un vencedor y un vencido, y tenía todas las de perder, y, tras varias sacudidas no era yo quien tenía una espada y una capa roja, pero os aseguro que no era un superhéroe aunque así lo aclamaran cuando me hirió de muerte.
Manchado el ruedo naranja de sangre y babas, con mis cuernos y ornamenta intacta, me derrumbé derrotado en el centro de la plaza mientras un escaso público enfermizo aclamaba pidiendo la piedad de mi muerte cuando me cortaron las orejas y el rabo. Ya no era un toro bravo nunca más, y el verdugo que algún toro me había descrito, no tuvo piedad conmigo. Todavía no entiendo porqué encima le echan las flores que podía ver y respirar en el prado, libremente, donde imagino que vuelvo a estar para siempre tranquilo, pero que no os dejen engañar, esta herida que me alcanza al pecho es mortal, fatal, y más dolorosa que cualquier bandera o banderilla que me hayan clavado de más.
Estas palabras no son más que los pensamientos de todos los que han corrido, en la corrida, la misma suerte que yo final. Y solo espero que a esta inhumana agonía se le ponga punto y a parte algún día. Hoy descansaré mientras en paz.